“Hacer que un niño sea testigo de continuas violencias físicas y verbales no solo es dañino e impropio, sino un maltrato hacia él”. Esto fue lo que consideró el juez al manifestarse ante este caso de “violencia asistida”.
Todos los días, un niño de diez años escuchaba su madre y a su pareja pelear. Podía ver que se hacían todo tipo de daño: se insultaron, rasguñaron, amenazaron, llovían bofetadas y rompían objetos. El niño se agachaba asustado en un rincón. Su casa era una prisión, no podía escapar.
Los ataques no eran dirigidos hacia el niño, sin embargo, era una víctima implícita en la agresión por los efectos que dejaba en él. Con este panorama y con una víctima en el caso, se comenzó el juicio de “violencia asistida”.
La “violencia asistida” es, en rasgos generales, una circunstancia que agudiza la pena de demandados que cometen el delito frente a un menor. No obstante, ni las denuncias de la mujer, ni su pareja se consideraron agravantes.
Aun así, la fiscal Bárbara Badellino, encargada en el caso, presentó una tesis sobre el código de “violencia asistida”. Debido a esto, el juez Stefano Vitelli apeló a favor de la tesis. Alegó que el delito contra el menor que no es objeto directo es violencia a su integridad.
La acusación demostró el “profundo sufrimiento, infelicidad y malestar del niño”. También, reconoció que la madre “prestó poca atención a los efectos traumáticos que las peleas ocasionaban en su hijo, en consonancia con su egoísmo”.
En palabras de la fiscalía, “es evidente que la conducta impugnada obliga deliberadamente y con conocimiento a que un menor presencie la violencia doméstica. Al hacerlo, terminan por causarle malestar, sufrimiento, angustia, temor y elemento propios del maltrato”.
Un caso que las familias deberán de tomar en cuenta: las leyes italianas están con los niños.